“En la madrugada del 18 al 19 de noviembre, en la línea del frente de la Ciudad Universitaria, los milicianos se preparan para asaltar el Hospital Clínico, en manos de las tropas moras. Tras varias escaramuzas consiguen acceder al inmueble pero durante su acción son rechazados por los destacamentos allí refugiados y se inicia un brutal combate en el interior del recinto. La lucha se lleva a cabo planta por planta, habitación por habitación, prácticamente cuerpo a cuerpo. Tras varias horas, los milicianos deciden replegarse y volver a sus posiciones iniciales. La moral de los libertarios pasa por uno de sus momentos más desalentadores. Muchos se plantean la posibilidad de abandonar su posición tras haber estado cuatro días combatiendo sin descanso, sin dormir, ateridos por el frío y prácticamente sin comer.”
“Llegamos a la plaza de Cuatro Caminos y giré por la Avenida de Pablo Iglesias a toda velocidad. Pasamos al lado de unas casitas bajas que hay al final de la avenida y luego giramos a la derecha. Llegando a una bocacalle vimos a un grupo de milicianos que parecía venir a nuestro encuentro. Durruti sospechó que aquellos muchachos tenían la intención de abandonar el frente y me ordenó detener el coche. Maldita la hora, mi comandante. Estábamos en zona de fuego enemigo. Las tropas moras, que ocupaban el Hospital Clínico y dominaban el lugar, disparaban contra todo lo que se movía. No se oían más que tiros por todos lados. Por precaución,estacioné el auto en la esquina de uno de aquellos hotelitos de la zona. Durruti y Manzana bajaron del coche y se fueron hacia el grupo de milicianos para preguntarles dónde iban. Los soldados, sorprendidos en su falta, no supieron qué contestar. Durruti les reprendió severamente y les ordenó que volvieran a sus puestos.
—¿En qué punto exacto del recorrido realizaron dicha parada? —preguntó Fernández Durán.
—No sabría decirle con exactitud, mi comandante —respondió Graves—. Como le he dicho, bajamos por la Avenida de Pablo Iglesias y luego giramos a la izquierda por una calle que hace curva y bordea los hotelitos. Avenida del Valle creo que se llama, pero no estoy muy seguro.”
—¿Y usted descendió del vehículo? —preguntó de nuevo Fernández Durán. —No, señor. Yo estaba al volante y con el motor en marcha, a la espera de que volvieran para ponernos a salvo lo antes posible. Ya le he dicho que la zona estaba siendo batida por fuego enemigo.
—¿Qué ocurrió después? —Los soldados a los que reprendía Durruti agacharon las orejas y se dieron media vuelta, mi comandante. Durruti y el sargento Manzana se vinieron para el coche. Estábamos enfrente del Hospital Clínico y los rebeldes no dejaban de disparar. Varias balas silbaron cerca. Muy cerca, mi comandante. Parecía como si los moros se hubieran dado cuenta de que estábamos allí y, al ser un blanco fácil, hubieran decidido arremeter contra el coche. Pude oír a mi espalda cómo Durruti abría la puerta de atrás del coche y a continuación un disparo. Durruti cayó al suelo con el pecho cubierto de sangre. Yo salí del vehículo y, junto con Manzana, lo colocamos en el asiento de atrás. Di media vuelta al coche y me dirigí a toda velocidad hacia el hospital que hay en el hotel Ritz. Al llegar nos atendió el doctor Santamaría, el médico de la columna, y se llevó a Durruti rápidamente a los quirófanos que estaban en los sótanos del hotel. “
Llegó luego el turno del interrogatorio de Antonio Bonilla, cuya aportación es confirmar que su coche hizo todo el recorrido delante y otros detalles de los hechos, también muy interesantes: “Fernández Durán tomó asiento frente a aquel hombre. —¿Cuál es su nombre, camarada? —preguntó Fernández Durán con cordialidad.
—Me llamo Antonio Bonilla—. Cuénteme lo ocurrido el pasado día 19 de noviembre —preguntó Fernández Durán. Bonilla miró fijamente a Fernández Durán con una mezcla de escepticismo y temor dibujada en sus ojos. ¿Qué ocurrió ese día? Bonilla dudó. A pesar de su transigencia y afabilidad inicial, Fernández Durán le miraba con cierta severidad. Bonilla tragó saliva y comenzó a hablar. Bonilla titubeó por un instante y siguió hablando.
"Me acompañé de dos hombres de mi grupo, los dos buenos compañeros. Uno era Lorente, que elegí por ser el que mejor conducía un coche entre nosotros, el otro era Miguel Doga, catalán, de oficio carpintero, hombre de pocas palabras y muy valeroso. Pusimos en marcha el coche que los compañeros de Madrid nos prestaron porque con el que vinimos de Barcelona era muy viejo y demasiado grande. Al llegar al cuartel general, Julio Graves que era el chofer de Durruti, terminaba de preparar el "Packard" para el sargento Manzana y Durruti que se disponían a salir con él. Al vernos vinieron hacia nosotros y les conté lo ocurrido. Entonces indiqué a Julio Graves que siguiera nuestro coche puesto que había algunas calles que estaban batidas por el fuego del enemigo y nosotros elegiríamos las que quedaran fuera de cualquier peligro.
En el "Packard" iba Julio Graves conduciendo; Manzana y Durruti iban sentados atrás. José Manzana llevaba consigo, como de costumbre su "naranjero" colgándole del hombro en tanto que su mano derecha la llevaba herida y en cabestrillo. Durruti, a simple vista, parecía que no iba armado, pero no era así, porque el se colocaba en el correaje su "Colt 45" en una funda, que quedaba oculta por el chaquetón de cuero. En el coche nuestro íbamos los tres: Lorente que lo conducía, Miguel Doga y yo. Cuando llegábamos a las proximidades de los chalets donde estaban apostadas nuestras fuerzas extremamos mas las precauciones. Cada vez que teníamos que virar en alguna de aquellas calles aguardábamos a que llegase el "Packard" de Durruti para que nos siguiera perfectamente. Cuando doblamos la última calle en la que unos cuarenta metros mas abajo estaba el primero de los chalets que ocupábamos, nos detuvimos unos veinte metros mas allá de la esquina.
Al mirar atrás vimos que el "Packard" se había detenido y que Durruti y Manzana se apeaban del auto para hablar con cinco muchachos que estaban parados en aquel punto. No puedo afirmarlo pero creo que aquellos jóvenes pertenecían a la Columna Del Rosal y hasta, posiblemente, aquella madrugada habían intervenido en el asalto al Hospital Clínico con los nuestros. El punto donde se encontraban no estaba batido por el fuego enemigo. Estuvimos parados tres o cuatro minutos aguardando, y cuando de nuevo volvimos a mirar hacia atrás con deseos de comprobar si el "Packard" nos seguía de nuevo, vimos que el "Packard" se había dado la vuelta y emprendía otra vez el camino de regreso rápidamente. Inmediatamente bajé del coche y fui hasta los jóvenes que seguían hablando en la misma esquina. Al preguntarles por qué se había vuelto el coche, me respondieron que había un herido”.
Aproximadamente a la una de la tarde del 19 de noviembre de 1936 (en plena Batalla de la Ciudad Universitaria de Madrid), en la calle Isaac Peral, menos de dos horas después de haber sido entrevistado en la calle en Madrid para el noticiario filmado del PCUS, Durruti es herido en el pecho por una bala de extraña procedencia; en grave estado, es llevado al Hotel Ritz, sede del hospital de sangre de las milicias catalanas, donde muere al día siguiente a las cuatro de la mañana. La autopsia reveló que el deceso de Durruti se debió a los destrozos causados por una bala calibre nueve largo, la cual penetró el tórax y lesionó importantes vísceras. Su cuerpo fue entregado a los servicios especializados del Municipio de Madrid para ser sometido a un proceso de embalsamamiento, ya que sería trasladado y enterrado en Barcelona. Su deceso es ocultado a la población con el fin de evitar desánimos.
La muerte de Durruti ocurrió en oscuras circunstancias que han propiciado la aparición de diversas hipótesis para explicar su deceso. Durruti defendía la misma postura del PCE de primeramente ganar la Guerra Civil, para posteriormente llevar a cabo la Revolución y dilucidar el modelo organizativo, pero teniendo bajo control el territorio. Ésta misma postura le enfrentó a la de su organización anarco-sindical CNT, que ya habían llevado a cabo en Cataluña la Revolución paralelamente a la Guerra Civil que discurría en Castilla. Según la CNT, escuetamente fue una «bala fascista». Las emisoras de radio de la zona nacional le atribuyeron el hecho a los comunistas, quienes a su vez aseguraron que el atentado había sido ocasionado por trotskistas o hasta por los mismos anarquistas debido al enfrentamiento de éste con su propia dirección. Se ha dicho también que fue víctima de unos ladrones, que él mismo intentaba detener. También se asegura que fue un disparo salido de su propia arma (a pesar de que las armas no se disparan solas): algunos afirman que se le cayó su fusil ametrallador, mientras que otros aseguran que Durruti sólo portaba un Colt 45.
19 de Noviembre de 1936 |
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La muerte de Durruti
Posted on 11:56 by Librepensador Acrata
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